Es tan de colores que no puede llevarlos sólo por dentro. Le desbordan en su sonrisa, en su mirada, a cada paso que da. No lo puede evitar. Ni falta que le hace.
La peque del revés cumple 10, diez, DIEZ. Pasamos a los números de dos cifras y a mí me da vértigo del malo, del peor posible.
Cuando nuestros hijos empiezan a alcanzar la altura de nuestro hombro e incluso superarla, nos entra la vena existencial. Es entonces cuando nos percatamos de que el puñetero y traicionero tiempo nos la ha vuelto a jugar.
Así que preparamos la tarta, los globos y la sonrisa mientras por dentro no dejamos de preguntarnos qué coño ha pasado con nuestro bebé.
Y cuando tu hija, además, es una peque con diversidad funcional (al menos a mí me sucede así) las canas se te multiplican de una forma directamente proporcional al número de velas que sopla.
Tú te conciencias, preparas la mejor de tus sonrisas para celebrar la vida y te sorprendes a ti misma pensando en lo que a diario apartas de tu mente de un manotazo para no perder el bus de las cuatro.
Diez años. Dos cifras. Y piensas en sus fallidos intentos por socializar con decenas de niños y niñas que no entienden bien lo que quiere esa niña tan risueña que les saluda sin parar desde el columpio.
Diez años… Y recuerdas los electros, los TACs, la rehabilitación, las pruebas médicas mientras tratas de calcular cuántas sesiones de logopedia y terapia ocupacional lleváis a vuestras espaldas sin ser capaz de alcanzar una cifra redonda.
Diez años, te repites a ti misma, mientras tratas de hacer memoria de todas las barreras superadas, todos los inexistentes límites machacados y los pasos de pulga que se transforman en gigante.
Pero la presión te puede. Y lloras cuando quieres reir. Te dejas llevar por la sombra cuando quieres celebrar.
No hay problema, ellos, como casi siempre sucede, lo resuelven con su luz.
Caminábamos hacia casa cuando el peque del revés me lo espetó, sin anestesia.
- Bufff, es que mi hermana tiene mucha suerte porque va a cumplir 10 años. Estoy muy muy nervioso.
- ¿Sí? ¿Te parece que está muy bien cumplir 10 años? ¿O por qué estás nervioso?
- Claro. Porque eso significa que en unos meses podría recibir cualquier día una carta de Hogwarts.
Me quedé helada, paralizada. Jamás imaginó él que iba a fabricar en aquel momento el mejor hechizo de su vida.*
- ¡Ah, claro, porque entras en el colegio de magia y hechicería a los 11 años!, ¿no?
- Pues sí.
- ¿Y tú crees que tu hermana es maga?
- No lo sé… ummmmm. Pero yo creo que sí, la verdad. Podría serlo. Estoy convencido.
Y así todas las sombras se disiparon. Quien-no-debe-ser-nombrado huyó por donde había venido con el rabo entre las piernas ahuyentado por su luz. La única capaz de ver la magia que hay en cualquier espacio de nuestra vida.
Claro que eres una maga, perdona por dudarlo unas horas, justo antes de tu décimo cumpleaños. No te mereces tamaña desconfianza, claro que yo tan sólo soy una muggle que intenta estar a tu altura en algunas ocasiones.
Sólo una maga podría haber conseguido lo que tú has logrado. No hay otra explicación posible a todo lo que has conseguido.
Sólo una maga estaría aquí y ahora con nosotros, escalando Himalayas y surcando los siete mares.
Sólo una maga estaría leyendo y disfrutando de la poesía mientras abriga nuestros corazones.
Lo cierto es que a ti bien poco te importa Hogwarts, pero si a alguien le podría llegar una carta suya, desde luego, es a ti. Aunque a veces dudo si irías en calidad de alumna o de profesora.
Y lo cierto es, también, que lo que ha hecho mi hijo no es otra cosa que recordarme algo que nunca deberíamos permitirnos olvidar. Por mucho que lleguemos a añorar la infancia perdida años después, cada etapa trae consigo nuevos retos que también pueden ser emocionantes. De eso va la vida al fin y al cabo…