En la primera clase de un nuevo grupo de Educación Motriz y Sensorial, siempre, SIEMPRE, se escuchan estas dos preguntas de alguna madre o padre: “el tuyo, ¿cuánto tiempo tiene?” y “el tuyo, ¿cuánto pesa”.
Me gustaría creer que en la mayoría de los casos son preguntas de cortesía (“conversación de ascensor”) o simple curiosidad, pero no es así. La madre o padre ha visto que el bebé de al lado levanta más la cabeza que el suyo al ponerlo boca abajo, o que se coge los pies mientras que el suyo no, o que simplemente está más rollizo… y quiere escuchar que ese bebé es mayor que el suyo para sentirse mejor. Es verdad que tendemos a comparar a los niños, que nuestra sociedad es muy competitiva, que nos cuesta aceptar a las personas que queremos tal y como son, pero creo que detrás de esas preguntas lo que hay es simple preocupación.
Cuando nace un bebé, nace una madre… una madre preocupada. No dejará de estarlo el resto de su vida. Lo que más le importará en el mundo, desde ese momento en adelante, es la salud, el bienestar y la felicidad de esa pequeña persona.
En las siguientes clases la pregunta que más escuchamos, ya dirigida a nosotras, las educadoras, y también fruto de la eterna preocupación, es “¿es normal que…?”
“¿Es normal que aún no gatee?”.
“¿Es normal que gatee hacia atrás?”.
“¿Es normal que no duerma más de dos horas seguidas?”.
“¿Es normal que solo diga mamá y agua?”.
“¿Es normal que aún no le hayan salido los dientes?”.
En la mayoría de los casos la respuesta es “sí, es normal”, porque el espectro de la normalidad ¡es amplísimo! No es normal conseguir un determinado hito a una edad u a otra, sino dentro de un rango que en algunos casos es bastante extenso. Por ejemplo, tan normal es que un bebé camine a los diez meses como a los dieciocho.
Hay personas que se agarran a esto y usan demasiado a menudo el argumento de “Cada niño es un mundo”. Sí, cada niño es un mundo porque cada ser humano es un mundo, pero hay conductas que son fisiológicas y otras que son patológicas. Así que lo de que “cada bebé es un mundo” está bien siempre que hablemos dentro del espectro de la normalidad. Y sí, cada niño tiene su ritmo, pero no todos los ritmos son fisiológicos. Hay veces que el bebé simplemente tiene un ritmo más lento de lo que a los adultos de su entorno les gustaría, pero otras veces tiene alguna patología y otras veces se trata de algún problema pequeño, como una contractura, una leve hipotonía o unos hábitos cotidianos inadecuados.
Así que cuidado con los comentarios bien intencionados de la familia, de los amigos, etc que buscan aliviar una preocupación manifestada por los padres que han visto en su hijo algo que no les encaja, a veces, comparándolo con otros niños de su misma edad. Es posible que el entorno quiera aliviar esa ansiedad pero, si no son profesionales formados en el desarrollo del bebé, debemos escuchar sus palabras como lo que son, simples opiniones, no diagnósticos.
Cuando hay algún problema en el desarrollo, el tiempo es muy importante para hacer una correcta evaluación y comenzar a trabajar cuanto antes. Los diagnósticos tardíos implican tiempo perdido. Acudir a un profesional es asumir que a nuestro hijo puede pasarle algo y eso da miedo, mucho, mucho miedo. Pero si finalmente está todo bien recuperaremos nuestra tranquilidad y si, en cambio, había algo obstaculizando el buen desarrollo de nuestro hijo, cuanto antes actuemos mejor.
Si sois padres nunca olvidéis esto: sois los que mejor conocéis a vuestro hijo, su ritmo y sus peculiaridades. Queredlo y aceptadlo como es. No viváis con estrés. No viváis mirando para los hijos de los demás, cada vez que apartáis la vista os perdéis algo maravilloso que acaba de hacer el vuestro.
Pero, si algo os preocupa con respecto al desarrollo de vuestro hijo, haced caso a esa sensación y consultad con el profesional que consideréis más apropiado: un logopeda, un pediatra, un psicopedagogo, un neurólogo, un fisioterapeuta… No se trata de ser alarmista, pero sí de actuar con responsabilidad.