Bah, tampoco hay que exagerar… Si al final, caerás, como todos… No entiendo cómo puedes ser así… ¡Menuda chorrada!… ¿Pero todavía le das el pecho a tu hijo, tan mayor?… No entiendo por qué no le dejas el móvil. No le va a hacer ningún daño… Un cachete a tiempo y todo solucionado. No entiendo por qué te andas con tantos remilgos… Si te suena alguna de estas frases u otras tantas más semejantes a éstas es que eres uno de los nuestros. Nosotros, los padres de la resistencia.
Si tu hija/o es el único/a de la clase en no tener móvil. O tú, que te niegas a que nadie le regale armas de fuego a tu peque. Sí, sí, te escribo a ti que has decidido que tus pequeños no se van a merendar un pastelito y unas galletas cada mañana en el cole. Porque SÍ que importa. Porque a ti te importa. Porque sabes que esas pequeñas decisiones del día a día son las que marcan la diferencia. Esa diferencia que quieres para lo que más amas en este mundo.
Ser padres/madres de la resistencia no es fácil, amigas/os. Nadar a contracorriente nunca lo ha sido. El agua te arrastra, las pirañas te devoran y piensas mil veces que serás incapaz de volver a salir a flote. Escucharás y verás a diario millones de veces a miles de seres humanos que te incitan a «dejarlo pasar», a dejarte llevar por la corriente y el viento a favor. Los mismos que te dirán dentro de unos años que no entienden por qué no dejas a tus hijos que vayan de botellón con sus amigos/as. Exactamente los mismos que le preguntaban a tu hijo cuando tenía 4 años si tenía novia, los que le decían que no se podía poner aquella camiseta rosa porque era «de chicas» o los que murmuraban por lo bajini cada vez que te veían sentarte a debatir con tus hijos en lugar de imponer siempre tu criterio como norma.
Pero justamente por eso, queridas, queridos, ser padres/madres de la resistencia es NECESARIO. Porque no ha habido ni un solo cambio en este maldito mundo que no se haya conseguido a golpe de esfuerzo revolucionario de unos/as cuantos/as locos/as soñadores. Porque sin esfuerzo no hay victoria y estamos hablando de la victoria más importante a la que podemos aspirar: un mundo mejor para nuestros hijos/as y unos hijos/as mejores para nuestro mundo.
Porque yo no dejo de preguntarme qué clase de mundo les estamos dejando a nuestros hijos ni qué clase de hijos/as le estamos dejando a este mundo. Y no quiero dejar de hacerlo jamás, en todos y cada uno de los pasos decisivos que dé para su futuro.
Ser padres de la resistencia puede resultar incluso un tanto engañoso y puedes llegar a creerte que no lo eres. Tú vives en tu mundo de reivindicaciones y luchas, en el que todos/as tus amigos/as respaldan tus causas. Leer revistas y libros con los que enriquecerte, escuchas podcast o ves programas de televisión en la línea de tus principios y caes en el riesgo, pobre de ti, de creer que el cambio ya está aquí, que nadie pega a sus hijos, que por fin todo el mundo se ha percatado de que con violencia, con gritos y pantallas táctiles no conseguiremos apartarnos de los hombres de las cavernas.
Pero entonces vas al parque y empiezas a oir los gritos, a ver las bofetadas, las miradas condescendientes a esa madre que da el pecho a su hija de 3 años. Entonces vuelves a querer bajarte de este mundo cuando la vecina de arriba llama «marimacho» a la niña del tercero por jugar al fútbol y tienes ganas de cagarte en alguien al descubir que, de nuevo, el portal está lleno de envoltorios de pastelitos y bollería indsutrial.
Y no, antes de que sientas la tentación de pensarlo, las madres y padres de la resistencia no somos mejores seres humanos ni mejores padres que el resto. No tenemos la razón absoluta y nos equivocamos a diario, nos tiramos de los pelos sin saber qué camino tomar y dudamos unas 900 veces al día. Pero nos vamos a la cama todos los días con una certeza: AL MENOS LO ESTAMOS INTENTANDO.